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María: víctima de la imprudencia


Crónicas de lo cotidiano

María: víctimas de la imprudencia
Lic. Rodolfo Herrera Charolet


“No seas demasiado justo, ni seas sabio con exceso.”
Eclesiastés 7:16

Una tela cubre su cara, quizás, ella siente que todo le da vueltas, que se va a un pozo profundo, no siente su cuerpo ni siquiera ese habitual hormigueo en las extremidades dormidas, cuando mal acostada se le entumían. Todo está negro, posiblemente aún no amanece y cree tener pesadilla.


Un hombre de vestimenta blanca con sangre salpicada, parece un carnicero y cuchillo en mano desgarra su cuerpo, hunde sus dedos entre sus entrañas. Observa, mueve la cabeza, se retira.
Ahora le han quitado la tela que le cubre el rostro, veo a su madre, en pocos minutos los años se han acumulado, sus ojos tristes, hundidos y sollozando, musita. ¡Si!... ¡Es ella!


Nuevamente colocan sobre el pálido rostro, la tela que oculta la tragedia. Por la mañana, vestida con su blusa blanca, falda escolar y útiles bajo el brazo, la doncella salía de la escuela. Celestina su amiga de toda la vida le acompañaba, le contó de sus quince. Hicieron planes de estudio, pero hablaron más de los novios. Le confió que le haría caso a Pedro, porque se “nota a leguas que arrastra la cobija por ella”... este fin de semana le dará el ¡Si!


¿Pero que le pasa a la inocente niña? ¡Quiere gritar y no puede! ¡Pretende hablar y sus labios mudos se aferran a su silencio! ¡Nuevamente sus ojos quieren ver la luz de un nuevo día y las sombras insisten en aferrarse a sus sentidos! ¡Desea nuevamente llorar y lagrimas secas se aprietan a recuerdos que presurosos huyen!


Así, mientras los recuerdos de María danzan hacia el fin de los tiempos, su cuerpo inerte espera sepultura, es día miércoles y los sacerdotes no hacen misa. Ayer, un veloz auto conducido por un conductor ebrio, terminó con las ilusiones de la chiquilla. Para “suerte” del chofer y su “patrón”, la infeliz joven murió en el lugar del accidente, ahora el “problema les saldrá mas barato”; quince de fianza, tres de mordida, ocho de gastos, untaditas a inspectores, agentes y a otros sinvergüenzas.


De haber quedado viva, la pobrecilla mujer tendría una recuperación dolorosa, lenta y costosa a cuenta del “empresario”. Por eso dicen los que saben; ¡Que por eso! los “choferes” manejan como el “mismito” diablo. Las leyes contemplan pocos pagos, cuando ocurre una “muerte por imprudencia”, a la larga “sale más barato” enterrar muertos que remediar heridos.


Para María ese día no fue venturoso, mas le hubiera valido no ir a la escuela, fue martes negro y la “colectiva” con su número de “mala suerte”, le causó tragedia. Igualmente fueron trece los minutos de su agonía, la chiquilla aún con vida se aferró a ella, mientras unos “polis” presurosos echaban mano de quien ya huía. Para cuando llegaron los “de la cruz roja”, a la adolescente la vida se le fugaba en un suspiro.


Mientras los deudos lloran a su muerta, las autoridades justifican su “chamba” y la vida de María concluye con tres notas de policía. Un día se dijo que había muerto una jovencita, otra más cuando afirmaron que el responsable pretendía huída, pero que alcanzará fianza. Por fortuna hubo una tercera, en la cual se dice, que el borrachín estará algún tiempo en la cárcel.


No conocí a la moza quinceañera de este cuento de la vida, pero he tenido noticias de muchas Marías y Juanes que terminan sus días en las calles. Debo admitir que no bastan los resortes sociales, para evitar las tragedias, es necesaria la participación ciudadana, desde luego, que libre de intereses y colores partidistas.


Es necesaria una educación vial permanente, campañas ciudadanas, responsabilidad de autoridades solidaria y agentes de seguridad vial que haga su chamba. Evitando que las notas rojas, se vuelvan cotidianas, en donde solo con el tiempo, la tristeza olvida.


Pero mientras las autoridades se ponen de acuerdo y ponen manos a la obra, solo un pálido recuerdo de la memoria de María habrá quedado, quien pagó con su vida y sangre virgen el costo del progreso, reflejado en el pavimento.


Así cuando paso por la calzada de una Angelópolis de autos atestada, veo motociclistas cobrando la cuota acostumbrada, entonces llega el recuerdo de María y pareciera que nadie hace nada, cuando camiones en loca carrera rebotan contra automovilista, transeúnte o banquetas.


Mientras marco el número de auxilio indicado, reportando a un desalmado que conduce alocado, veo que los agentes viales, voltean en sentido contrario, confundidos entre las montoneras de basura y aire contaminado… y en ese lugar, en el semáforo oxidado, parece que aún deambula el alma de la niña.


¿O no lo cree usted?

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