Ruinas de Papel
El ganado
por Rodolfo Herrera López*
Hacer alboroto nos es natural, parece impulsarnos desde dentro. ¿El motivo para hacerlo? ¡Qué importa! Pero, aunque sea más un rezago cavernario, prefiero la protesta ineficaz a vociferar canalladas como: “La verdad, a mi no me importa. Mientras no me pase a mí, ¡qué me va a importar!”.
Javier Sicilia intentó con Fe comprensible, tras el asesinato de su hijo y seis personas más, pedirnos superar nuestro ancestral carácter sumiso para demostrar el hastío ante la falta de valor humano y mediocridad de nuestros gobernantes, así como por la bestialidad criminal de ellos y otros más. Sicilia pidió nuestro apoyo como última y única forma de aliviar su impotencia. Pidió una protesta bien organizada y, sobre todo, enfocada y comprometida. Pero el resultado fue una vez más el mismo: apatía y ego en la mayoría, mientras que los pocos interesados se encerraron en un espíritu caduco e imprudente.
Las protestas idealistas no sirven si pocos son los que en ellas participan y lo hacen sin objetivo, desahogándose por casos perdidos y olvidados; persiste, además, el desinterés, ya hospedado en nosotros, por las necesidades ajenas. En la protesta convocada por Sicilia hubo todo menos un enfoque. Pidió una protesta pacífica, silenciosa, sin pancartas infantiles, bien encausada y donde la mayoría participara. El resultado: insultos, ruido, y jóvenes con mensajes propios de su insensatez: “Huitzilopochtli es el dios de Calderón” (quien escribió esta cartulina quedó estancado en sus exposiciones de primaria y desconoce evidentemente la etimología náhuatl de ese nombre así como la importancia de su significado). Las protestas siempre son iguales: individuos desahogando sus pesares políticos. No me hubiera sorprendido si alguien insistiera: “Dos de octubre no se olvida” (¿sí, pero qué se hizo en su momento?).
¿Por qué no sirven las protestas? Porque en México no hay solidaridad y los pocos que se interesan viven encerrados en un idealismo púber e inocente, llevando a crear no más que masitas mal informadas y desorganizadas cuyas palabras y proyectos se alejan del interés común (como mal leer poemas de Sicilia —la poesía reúne difícilmente a las masas—. ¡Anatema, intelectualismo!). Haber logrado la calma y prudencia que Sicilia pedía en su carta hubiera sido más efectivo, habría mostrado una organización con rumbo, que es lo necesario para realmente actuar; pero el alcance de las manifestaciones es ridículo. No habrá resultados si seguimos con la actitud de mis alumnos al responder: “La verdad, a mi no me importa. Mientras no me pase a mí, ¡qué me va a importar!”, cuando les pregunté sobre su interés y compromiso por la miseria externa.
Comprendo el dolor de Javier Sicilia y de muchos más que han vivido la misma situación. En mi idealismo juvenil deseo acción, resultados, pero las manifestaciones no son más que carnaval y muestra de la falta de visión, unión, conocimiento y astucia que hay en el pueblo mexicano (agradezcamos al sistema educativo y valores difundidos por nuestra autoridad). Las protestas van más allá de los efímeros e inútiles asuntos políticos, deben buscar algo más, deben ser la muestra de una conciencia, fuerza, prudencia y acción movidas por un valor humano: solidaridad.
México no es un país para el futuro, tan sólo se vive cada día. Si alguien piensa que sus manifestaciones tienen un impacto, ¿cuál es el de la “organizada” hace dos semanas? (fue tan memorable como mi escritura). Mientras cada quien vea por su lado (por simplemente ser así o porque las circunstancias le impiden más —justifico y comprendo a los segundos—) tendremos el mismo futuro de un ganado sin vaqueros ante el precipicio.
* Estudiante de la Universidad de las Américas y Profesor de Idiomas de la Universidad Madero.
0 Comentarios