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Niño sicario

Fauna Política

El Ponchis o imitadores

Rodolfo Herrera Charolet

 

Edgar alias “El Ponchis” es un chiquillo flacucho de 14 años de edad, una máquina entrenada para matar, sin remordimiento porque así se lo ordenaba “el negro”, se dice que se despachó al más allá, sin mayores trámites, a más de 300 víctimas, la mayoría degolladas. Sus presuntos cómplices “Las Chavelas”, sus hermanas, fueron arraigadas. Los apañaron los “federales” y los entregaron a la justicia local de Morelos, porque en delincuencia organizada del orden federal no hay legislación de menores infractores y la Constitución Federal obliga la existencia de ordenamientos legales de trato especial a los menores. Así que entre el enredo legal, el “niño sicario” podría recobrar su libertad en muy poco tiempo, de ser “reconvenido” por sus actos, podría pasar tres años privado de su libertad, confinado en una escuela, que le enseñe a ser buen ciudadano y que de golpe y porrazo borre de su mente y sentimientos, la sensación de haberle quitado la vida a cientos de personas. Así es la ley, que la Suprema Corte de Justicia de la Nación ordenó se respetara y que los legisladores durante muchos años se hicieron de la vista gorda para perfeccionarla o aplicarla.

Los medios no se preocuparon por cubrirle el rostro, como se hace a los niños “rateros” que aprenden cotidianamente y que se exhiben en la sección de nota roja de los periódicos o espacios noticiosos de la televisión. El “Ponchis” fue mediáticamente linchado, etiquetado, procesado y condenado. Sin juicio previo, sin tutor o abogado defensor de oficio. Simplemente fue exhibido como se hace a un animalito de zoológico, fenómeno de carpa de feria o circo, útil para el morbo y escarnio público, que nutre diariamente el México cruel y sanguinario, que se ha propagado más allá de las fronteras.

Los connotados médicos y psicólogos lanzan sus opiniones basadas en las teorías; aprendidas, divulgadas o sostenidas, de que el hombre “nace o se hace malo”. Escudriñan en el pasado del pequeño y tratan de explicarse su conducta adoptada, como un verdadero espécimen digno de estudio, en virtud de su osadía y precaria edad, sin ser tildado como delincuente, es tratado como paciente.

Los juristas debaten en torno de la ley que le otorga privilegios para matar, sin tener consecuencia penal de sus actos, derivado de su corta edad y menor a la legal. Otros, los que ven la paja en el ojo de los políticos, culpan al sistema judicial y parlamentario del país, ante sus blandengues ordenamientos legales. Sin aportar una solución concreta que solucione el debate entre lo legal y lo justo.

Los promotores de los derechos civiles, ven en el pequeño la oportunidad de evidenciar, que el “multihomicida” es una víctima más de la violencia intrafamiliar, la trata de personas y de la delincuencia organizada –que dicho sea de paso se dice; tiene reclutados a más de 36 mil menores -. Producto genuino del sistema jurídico y legislativo imperfecto y de la incapacidad de sus gobernantes de atender su responsabilidad.

Los altos mandos eclesiásticos, coinciden en que es “lamentable”, “muy lamentable”, el pecado capital que ha cometido. Sin decir que la disgregación moral de la sociedad, en parte se debe a la crisis interna que vive la iglesia, en donde lo moral se toma, solo como un agregado a conveniencia y que dista mucho de ser un freno o conducta que deba seguirse. Posiblemente el adolescente sea “castigado” a no comulgar, en tanto, no se confiese y arrepienta de sus pecados, para que así se de el “borrón y cuenta nueva”.

La sociedad, se indigna, levanta su voz, algunos escriben su opinión, pero pasados los días, espera que “otros” tomen la iniciativa para resolver el problema, porque ellos están muy ocupados en sus propios asuntos. Actitud que se repetirá, cuando un nuevo “niño sicario” sea exhibido en la “tele” y sea la comidilla de nota roja de ese momento. El ciclo de indignación, comentario y no hacer nada se repetirá, mientras el camposanto se nutre de los cuerpos asesinados, por “El Ponchis” o imitadores.

¿O no lo cree usted?

 

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