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El condimento mexicano




Ruinas de Papel
El condimento mexicano
Rodolfo Herrera López
Hay en México la predilección por la pimienta negra. Lo digo aunque mis conterráneos defiendan con ampulosa abogacía la silla curul del chile y me excluyan por absurdo. Pero no es por el lugar que ella ocupa en la escala de Scoville, que no es amenaza para un habanero y menos para un buth jolokia, sino por esa cualidad tan única, que no ha desconocer nuestro gusto culinario, de ocultar el sabor caduco e incluso preservar por más tiempo el alimento, si no fuera por él ¿de qué otra manera continuaríamos tragándonos discursos putrefactos sobre el progreso?
               Fiel a su séptimo lugar en matemáticas a nivel primaria ¡y cuarto a nivel secundaria!, nuestro titular de la SEP manifiesta su confianza en las cifras —de fuentes tan sacras que no pueden mirar nuestros ojos impuros— al compartir el creciente nivel educativo en Puebla, ocupando los 10 mejores lugares  (¡aplausos! ¡Loor al progreso!). Pero, aclara el titular, persistamos en nuestra prudencia y esperemos los resultados mesiánicos de la prueba ENLACE.
               Mas, así como las matemáticas trabajan con entidades abstractas, así son los resultados de la copa nacional de excelencia educativa: cantidades inmóviles que son arrolladas por los hechos. Mientras bulle el analfabetismo funcional y los salones de clases son escenarios de convincentes dramatizaciones de la convivencia y organización social en la era paleolítica, se nos habla de un adelanto educativo (y también económico, según el crecimiento de los indicadores mencionados por el grupo financiero Ixe: futuro esperanzador para la macroeconomía pero que mientras sigamos con nuestra incomprensible distribución de riquezas, de nada nos sirve el 4, el 8 , incluso el 20 % de crecimiento económico a mí y millones de mexicanos).
Falta de imaginación, lectura tartamuda sin comprensión, desconocimiento de nuestra historia (pues el sistema educativo es partidario de la épica, los héroes y el pensamiento occidental), derroche de recursos naturales y, lo más importante: actitud competitiva incapaz de organizarse en grupos que compartan bienes, desequilibrio en las fases de desarrollo psicológico y emocional  que lleva a los niños a imitar la profunda y enriquecedora realidad televisiva donde el comportamiento correcto es el del preadolescente que comprende cual experto cómo alimentar a su mascota en las redes sociales pero le es imposible de manifestar sus ideas en "el muro" sin faltas de ortografía y la sintaxis de un pensar fecundo (aunque debería ser menos exigente y pedir que al menos hubiera pensamiento); todo esto, además de universitarios incapaces de la comprensión crítica durante una lectura (¡celebremos a las instituciones donde se produce el conocimiento!), es el escenario real de la educación. Por todo esto, si nuestro sistema educativo ofreciera en su paquete de desarrollo multicultural interdisciplinario (siguiendo la tendencia en los  nombres de las instituciones modernas) la capacidad de análisis, sin duda entenderíamos la representación práctica de las cifras: desorden social y humano propio de nuestro siguiente paso evolutivo: el neoautralopithecus.
El optimismo progresista poblano ha estado insistiendo en la educación con cifras no vistas (ni en papel, que es lo de menos, ni en la realidad, donde sí interesa) y con elogios al progreso educativo como aquél pronunciado en la reciente graduación del BINE. No niego que la educación sea el futuro de la sociedad, pero si la educación continúa como ahora, la industria de pimienta tendrá un fuerte mercado al intentar cubrir la demanda de ciudadanos que necesitan continuar alimentándose de palabrería descompuesta.
Se añada a la esperanza de las cifras nuestra insistente personalidad, la cual es sumisa, lastimera y  deprimente admiradora de las tendencias  internacionales populares de la época, creyendo que en el exterior encontraremos el camino justo para nuestro progreso. En materia de educación somos  fieles seguidores de las famosas ideas de competencias y liderazgo; en otro ámbito no olvidemos a la vacua globalización (balbuceo soez y tóxico); y, en cuestiones de gobierno, están las odiseas heroicas de tantos personajes del pasado para traernos las ideas políticas de Francia y Estados Unidos países con los que al parecer, según estos hombres, compartimos  la realidad social e histórica. El resultado de esta importación de modelos es el entusiasmo de nuestro antiguo lema de progreso.
Por eso creo que la pimienta debería ser nombrada  la especia nacional en la ansiada y orgullosamente mexicana celebración del Bicentenario, pues es un indudable reflejo de nuestra mexicanidad, ¿o de qué otra manera es que toleramos el sabor descompuesto del  discurso de progreso? Tal vez sea porque las cifras de las SEP están siendo efectivas: el gobierno está educando al pueblo… a su manera, la de un sistema de estadísticas donde no es posible el pensamiento autónomo y le basta con imponer  las tendencias culturales de la época: plasta vacía que consume insaciablemente.



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