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¡Es niña!

Fauna Política
La otra cara de la violencia
Rodolfo Herrera Charolet
Fernanda es el femenino del nombre de su padre y de su abuelo, quienes esperaban el alumbramiento de su madre, a quien le habían dicho que daría a luz a un niño; según por el tamaño de su vientre, que estaba “picuda”, que la aguja se movía en sentido contrario, que de acuerdo a los días, entre otras creencias populares. En ese tiempo no se acostumbraba “checar” el sexo del feto, como ahora, que el ultrasonido hurga entre los genitales del hombrecito o mujercita que se está formando dentro del vientre materno, para “preparar” los “colores” que vestirá el recién nacido.
Fernanda llegó al mundo, causando la sorpresa de todos: De su madre y sus abuelas que habían tejido chambritas azules, comprado cobertores y frazadas azules y habían decorado el cuarto de “niño”; de su padre que había comprado juguetes de “niño” para su “primogénito” y ya se imaginaba cargando a su chamaco llevándolo los fines de semana al fútbol; del abuelo que ya anunciaba la tercera generación de “Fernandos” en su familia y orgulloso decía que Fernando “quinto” había llegado al mundo, porque el abuelo era nieto e hijo de otros Fernandos que ya nadie se acordaba de ellos, más que por los nombres que se repetían en cada primogénito. Decían que el primer Fernando había sido hijo de un español que había hecho fortuna en esta patria, porque en la suya, había sido muy pobre. Así que don Fernando, gran señor del queso y vino, había logrado perpetuar su nombre por cinco generaciones, sin que ninguna de ellas se ocupara de visitar su tumba, que había quedado olvidada en alguno de los pueblos en donde lo enterraron. Pero eso sí, la costumbre de ponerle el nombre de Fernando al primogénito seguía siendo su legado, porque de la herencia poco se sabía, algunos decían que los tíos abuelos se la repartieron y gastaron en viajes y mujeres, quienes les pusieron el nombre de “Juan” al primogénito de sus hijos. Fueron tantos los nietos de Don Fernando, entre “chuecos” y “derechos”, que se decía que en la familia, había más Juanes y Fernandos, que ya no se sabía quien era hijo de quien. Lo que si era cierto, era, que si se llamaba Fernando, era un nieto de los “derechos” y si era un “Juan” era un nieto que había nacido fuera del matrimonio, pero que había sido reconocido por el padre. Los que no eran, ni derechos ni chuecos, no entraban en el reparto, ni en la cuenta.
Hubo un Juan que en su acta de nacimiento, el registro dice; Nació: En la casa del Abuelo. Padre: Fernando. En el espacio dedicado al nombre de la madre, solo se apuntó: “desconocida”. Abuelo Paterno: Fernando. Abuelo Materno: Muerto. Abuela Paterna: No sabe escribir. Abuela Materna: “también desconocida”.
Pero Fernanda rompió la tradición de los “Juanes” y de los “Fernandos”, porque en lugar de ser niño primogénito, nació “niña” y por lo tanto le fueron asignados los colores rosas, las muñecas, los vestidos y los quehaceres domésticos, aunque su infancia la vistieron de “azul”. Su padre abandonó su crecimiento, dedicándose a los “Juanes” que procreó con Juanita. Ellos fueron varones, ellos llevaban su apellido, ellos perpetuarían su sangre, porque con su hija… desperdiciaba la tradición, su “linaje” concluía. Su vida perdía sentido. No le sirvió de nada a su esposa, su disculpa, cuando cargando a la pequeña Fernanda le dijo a su esposo:
–¡Perdóname! ¡Es niña! –Y estiró los brazos para entregarle la recién nacida.
El hombre solo miró a la niña, con cierta indiferencia, justificándose. –¡No! ¡Cárgala tú! ¡No se cargar niñas!
¿Cuántas Fernandas llegan al mundo pintado de azul por los machos?
¿Cuántas mujeres lloran al saber que han engendrado su propio género?
¿Cuántas niñas son abandonadas por sus padres que deseaban el nacimiento de un niño?
¿Cuántas culpas se imputan a las mujeres por el nacimiento de niñas?
¿Cuántas Fernandas sufren el menosprecio de su género?
Sin duda, esta es… la otra cara de la violencia.
¿O no lo cree usted?

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