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La soga y el árbol

Fauna Política

La tumba de Margarito

Rodolfo Herrera Charolet

Margarito es el masculino de Margarita y ese nombre se lo pusieron en recuerdo de su hermano mayor, que trepando un árbol cayó de cabeza y murió, el día que él nació. Así que, más grandecito, Margarito visitó la tumba de Margarito… su hermano. Nunca lo conoció, pero su madre le dio mayor vida que la que logró vivir, porque siempre lo comparaba con el hermano muerto.

¡Deberías ser como tu hermano… que Dios tenga su la gloria! Le recitaba su progenitora, cada vez que no obedecía, cada ocasión que tenía para restregarle que a causa de su nacimiento, descuidó al otro hijo, que se le trepó al árbol y desde aquella altura; “Tarzán” dejó de ser mono para convertirse en huésped eterno del cementerio.

Margarito creció con ese estigma, con el nacimiento unido a la muerte, con la muerte restregada a su vida en cada momento. Con la congoja de visitar una tumba de un desconocido que llevaba su nombre y que además coincidía, él por su fecha de nacimiento y el otro por el de su muerte.

Un día Margarito, decidido a enfrentarse a la vida, hizo la misma proeza que el hermano, se subió al mismo árbol, trepó hasta la rama más alta y agarrado del lazó se lanzó al vació. Un grito se escuchó de repente, alarido que espantó hasta a los puercos que corrieron a esconderse. Era la madre de Margarito que vio como se descolgaba el más pequeño de sus hijos, de aquel árbol maldito y que habían conservado como recuerdo del retoño muerto, motivo por el cual, seguía vistiendo luto.

La mujer con el susto y el corazón en la mano, se agarró del quicio de la puerta, cerró los ojos y puso atención a sus oídos, esperando escuchar el estruendo que haría al caer. Adivinando la suerte del hijo y sabiéndose nuevamente inmersa en el fastidio de la muerte.

Pero Margarito, que estaba enfadado de la vida que había llevado, de las comparaciones y de las calamidades que le había traído el infortunio de nacer el día que murió su hermano, se columpió retorciendo el cuerpo, agarrado del mecate que le quemaba las palmas, con el aire que le cortaba la cara y con un extraña energía que sentía dentro. Sin soltarse pasó una grieta que deseaba engullirlo, cayó de pie y soltó el grito.

–¡Lo logré! ¡Estoy vivo!

La afligida mujer, casi al punto del desmayo observó al vástago que brincoteaba del otro lado del barranco. Sano y salvo.

Al día siguiente, muy temprano, hicieron leña ese árbol y a Margarito, jamás le volvieron a endilgar la muerte del hermano. Sólo la soga fue puesta a manera de ofrenda sobre la tumba de Margarito… su hermano.

Quien no aprende de los errores está condenado a sufrirlos nuevamente.

¿O no lo cree usted?

 

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