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Borrachitos célebres

Fauna Política
Una memorable borrachera
Rodolfo Herrera Charolet
Como es tradición en los pueblos de todos los tiempos, las borracheras por tradición o en festividades, son memorables y justificadas. Al menos, eso parece. Como quedó registrado en los vestigios encontrados en el corazón de la milenaria pirámide cholulteca.  El mural corresponde a un tablero del clásico teotihuacano del siglo II o III de la era cristiana. Decorado al fresco del cual existe al menos un fragmento de 56 metros y 27 centímetros de largo, con una altura original que fue de 2 metros 50 centímetros, diseñado en tres fajas horizontales, dos de ellas con una cenefa enmarcando la central, la cual ejemplifica el ritual de beber el pulque.
Los concurrentes a la memorable borrachera, entre ellos algunas mujeres de avanzada edad, fueron representados ingiriendo grandes cantidades del tradicional pulque, sin mayor recato que ser fieles a la tradición, porque se trata de una bebida sagrada.
Los protagonistas sentados en diversas posiciones, ingieren el aguamiel fermentado, extraído del maguey mediante un acocote, distribuidos a lo largo de una banca de la que cuelga un tapiz. El singular ornamento está formado con motivos alternados, rombos en líneas concéntricas, flores de cuatro pétalos y otros circulares con una atadura central semejante a los broches de los Tezcacuitlapilli, todos de variados colores, predominando el rojo, ocre, negro y azul maya.
El mural está pintado en dos tonos de rojo, resaltando los sacerdotes de piel ocre y blanco, sus cuerpos casi desnudos y tan solos ataviados con maxtlates y complicados tocados de tela que llevan sobre la cabeza, cuyas puntadas, caen elegantemente sobre sus hombros. Algunos asiduos bebedores llevan sobre la cintura fajas de color azul, collares y orejeras circulares verdes o azules. Como si llevaran máscaras con representaciones de animales. Pero los centzontotochtin son en verdad los numerosos conejos o borrachos, abundantes dioses del pulque, porque los ebrios lloran, otros vocean, algunos riñen o aporrean. Así se dice que cada beodo tiene su particular conejo. Aún cuando centzontotochtin significa literalmente 400 conejos, en el mural de los bebedores en cholulteca solo parecen escasamente una veintena de ellos.
Algunos de los conejos representados corresponden a la lista elaborada por Sahagun; acolhoa, chimapantécatl, colhoatzíncalt, izquitécatl, ometochtli, pantécatl, papáztac, tepoxtécatl, texcatzoncatl, tlaltecayohua, tlamatzincatl, tlihjoa, toltécatl y yiauhtécatl.
Sabemos que entre los personajes, algunos son mujeres, porque pueden distinguirse sus arrugas en la cara y el pecho saliente, así como la forma de sentarse. Según Sahagún a las mujeres viejas se les permitía concurrir a la ceremonia de la embriaguez.
Siglos después ningún historiador, cronista o antropólogo había reparado en la representación de un singular recipiente, que sostiene uno de los sirvientes. Se trata de una representación de un depósito “translucido”. El brazo derecho del paje hace el efecto de la refracción de la luz, fenómeno no registrado en otras pinturas prehispánicas. Así mismo este tipo de utensilios o sus restos, por ahora, tampoco se han encontrado entre las ruinas cholultecas.
A diferencia de la milenaria representación, en estos días en Cholula se les permite a las mujeres jóvenes ingerir bebidas hasta llegar a la embriaguez y el respeto a sus cuerpos es lo menos que les importa, eso si, siguiendo la vieja tradición de transformarse por los efectos del alcohol, en monos, conejos, perros o pericos. El problema es acabar como nota roja en algún accidente en la recta cholulteca o parar en manos de algún agente de vialidad (como sucede todos los días) que cobre de mordida entre 3 mil o 5 mil pesos, por haber conducido un vehículo en estado de ebriedad o el coche chocado por causa de una “memorable borrachera”.
¿O no lo cree usted?

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